- Estuvo en un cuarto ubicado a diez metros bajo tierra por 131 días
El canal Trapped de YouTube recordó en días pasados uno de los experimentos más extraños que se dieron en la década de 1980, cuando la italiana Stefania Follini se aisló voluntariamente durante cuatro meses en una habitación subterránea a diez metros, en una cueva en Carlsbad, Nuevo México, lejos de todas las indicaciones externas propias de la noche y el día.
El 13 de enero de 1989, la joven diseñadora de interiores, de 27 años, entró en una pequeña habitación de cristal acrílico construida en el costado de la cueva, iluminada por tres focos, para probar los efectos físicos y psicológicos del aislamiento prolongado en humanos.
Un equipo de investigadores italianos, de la Pioneer Frontier Explorations y la NASA, monitorizó el trabajo para encontrar nuevos conocimientos sobre el impacto del aislamiento prolongado en el espacio en los astronautas.
Por medio de cámaras de video y micrófonos monitorearon a Follini, controlando su presión arterial, frecuencia cardíaca, temperatura y patrones de ondas cerebrales con regularidad. Además, la mujer envió muestras de sangre y orina en un recipiente con una cuerda para pruebas periódicas con las que detectar cambios hormonales.
Dentro de la habitación, el reloj biológico de Follini se alejó de su ritmo regular; comenzó a permanecer despierta durante más de veinte horas y a dormir hasta diez horas seguidas. Inició con un día de 28 horas hasta llegar a 48 horas.
Con su ciclo diario más lento, sus comidas se esparcieron y perdió hasta 7,7 kg de peso. Su dieta se basó principalmente en frijoles y arroz, lo que resultó parcialmente en la pérdida de vitamina D.
Los investigadores italianos decidieron terminar el experimento al reunir suficientes datos y porque la diseñadora italiana había comenzado a dormir demasiado. Por cierto, Follini estableció un nuevo récord mundial de mujeres con la mayor cantidad de días aislada en una cueva, rompiendo la marca anterior de 104 días.
La mujer no tenía reloj ni calendario para registrar los días, por lo que al salir pensaba que habían transcurrido apenas dos meses, la mitad del tiempo que estuvo aislada.
Sus primeras palabras al salir fueron: “Lo primero que quiero hacer es dar una caminata larga. Fue muy hermoso estar allí, pero también puedo decirles que estoy feliz de estar aquí”.
Comentó que a pesar de estar 131 días sin luz solar ni el sonido de otra voz humana -el único vínculo con el mundo exterior fue una pantalla de ordenador en la que los científicos le enviaban instrucciones a seguir-, no se había sentido sola ni deprimida, ya que forjó amistad con ratones, ranas y saltamontes que se encontraban en la cueva:
“Sí, hablaba con ellos, y siempre tenían razón”, contó a los medios.
También se dedicó a decorar la cueva con recortes hechos de cartón para pasar el tiempo.
Los investigadores esperan aplicar los resultados a estudios de patrones de sueño, biorritmos y trastornos inmunológicos y de la capacidad de atención.